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lunes, 6 de junio de 2011

La cama y el libro*


Aunque soy partidario de un montón de costumbres higiénicas y saludables, sé pasarme mis dos o tres días refugiado en la cama. En la cama escribo a máquina; leo, almuerzo. ¡Es maravilloso! Lo lamentable es que no haga el frío suficiente para invernar en la cama, es decir, para acostarse hoy y levantarse dentro de tres meses, con la barba que le llega al ombligo y el pelo tan crecido que toque el plafón.
En la cama se sueña todo lo que es posible soñar sin ayuda de haschich ni opio. La "linuya" se dilata. Hay un momento en que se llega a la conclusión de que como se continúe así le brotarán raíces a uno de la planta de los pies. Al mismo tiempo abre la boca, bosteza rabiosamente y se lamenta de que llueva tan despacio.
Porque la lluvia y la cama se acompañan en un misterioso consorcio. Incluso se llega a descubrir que en los invernales días lluviosos, las únicas novelas que se pueden leer con toda satisfacción son las de Walter Scott. Y si no tuviera miedo de que me dieran diploma y patente de reo consuetudinario, diría que hay libros para leer en invierno y novelas que únicamente deben leerse en verano. Y dije antes que las únicas novelas legibles en invierno eran las de Walter Scott, porque allí se encuentran enanos, bufones, diligencias, neblinas, lluvias torrenciales, caballeros que se dan estocadas y las mil imágenes maravillosas que se pueden ir escalonando con la cabeza tapada por la almohada.
Usted señor, a quien admiro mucho, porque tiene o tuvo bastante talento, escribió un libro que se tituló "De la elegancia mientras se duerme". Desgraciadamente el libro trataba de todo menos del arte de dormir con o sin elegancia.Sin embargo, tendría que aparecer algún vago que escribiera ese libro. Del arte de dormir. Del arte de sacarle el jugo a la cama.
A uno se le pone la "piel de gallina" en cuanto mira para afuera y ve que garúa, que el cielo está negro...
¡ah! ¡qué diablo! Entonces uno se ríe de todos lo preceptos higiénicos, aunque hablando sinceramente yo diré que respeto todos los preceptos higiénicos. Procedo de forma poco sutil si se quiere, pero que satisfacen mi conciencia. Me levanto a las seis de la mañana, hago gimnasia como recomiendan todos los manuales de higiene corporal, me baño y luego me meto a la cama donde duermo hasta las doce o dos de la tarde. Eso es andar bien con Dios y con el diablo, si no me equivoco, ¿No dice Cristo "dad al César lo que es del César"? Dadle a la gimnasia lo que es de la gimnasia, y a la cama lo que es de la cama.

*Roberto Arlt, del Cronicón de sí mismo.

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