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domingo, 31 de julio de 2011

Cuando ella viajó en globo...



Me tranquiliza. Verlos desde arriba me relaja y confirma la teoría, esa que muchos llaman negatividad y, algunos psicoanalistas mediocres, inseguridad. “No somos nada”, arroja alguna abuela ante una desgracia reciente. Y no, desde acá no lo somos.

Con los pies casi sobre la tierra los miro y pienso que van todos caminando como sin saber adónde, al ritmo de un reloj ajeno que coordina y regula sus movimientos. Volando en este aparato que flota, sin que yo comprenda cómo, lo veo con más claridad. Con la certeza de que somos nada, una nada insignificante que se mueve bajo la regla del no entender por qué.

Todo tan pequeño, tan incierto, tan estructurado y diagramado en la inmensidad. Sólo se me ocurre pensar cuántas historias estarán allá, listas para ser contadas, y yo sin poder llegar a recorrer esos caminos que desde la altura parecen tan pequeños y sencillos. La grandilocuencia de las palabras se hace presente y ya todo pierde sentido.

Los que añoran las pequeñas cosas siempre me generaron un escalofrío por la espalda. Está claro que el error es mío, por eso pierdo el eje con tanta facilidad y ya nada me parece suficiente. Quiero todo en grande, quiero leer todos los libros del mundo. Saber de literatura, de cine, de pintura, de arte, de ciencia, de medicina, de biología, de tecnología, de religión, de historia y de política.

Volviendo a la psicología barata, puedo coincidir con ese concepto mediocre que asegura que aquellos que quieren todo terminan por no disfrutar ni conseguir nada. Gran verdad mirándolo desde aquí, pero qué carajo, no puedo dejar de desearlo.

Quiero escribir el libro de las mil cosas que a nadie le importan, con historias que nos pasan por al lado y ni siquiera miramos. Quiero que sepan, como yo, que detrás de cada persona, lugar y momento, hay algo para contar.

Me da rechazo mi romanticismo en ese sentido, pero es una obsesión que me motiva a seguir en este camino enrevesado, lleno de baches, caídas, y rechazos.

También quisiera ser más dinámica a la hora de encontrarlas. Romper la barrera del temor y salir a buscar esa vida que está allá afuera y a veces me parece tan ajena.

Pero de vuelta, me chocan severamente las cursis frases del tipo “vive la vida”, “disfruta cada día como si fuera el último”, y las escribo con voz chillona de niña tonta que le dice “papito” a su padre y que se fanatiza con alguna banda de música berreta porque de rock & roll no entiende un comino. Porque no, no se puede, es imposible pensar en el mundo como un lugar tan pequeño y sencillo.

Por más que concentre mi mirada, segmentada, en un texto o en un objeto de la vida real, nunca pierdo de vista todo eso que está completamente fuera de mi alcance. Porque lo quiero, corro tras él todos los días, aunque sea mentalmente, aunque mi insignificancia no me permita nunca alcanzarlo. Aunque ese mismo no ser nada, en un mundo tan inmenso y complejo, me recluya en las cuatro paredes de mi habitación. Aunque sea un imposible y me lleve cada vez más abajo, más al fondo de la negatividad propia del querer demasiado y no tener capacidad de acción para concretar nada.

De todas maneras, la disconformidad del no poder queda muy por debajo del orgullo de saber, siempre saber, que los recovecos están por ahí, desde acá arriba los veo, desde allá abajo los huelo y desde adentro los deseo.