Create your own banner at mybannermaker.com!

martes, 28 de junio de 2011

Tan solo una frase....

"No hice otra cosa en la vida que preguntarle cosas a la gente. Por eso soy periodista, y por eso también soy escritor. Cuando escribo tengo las ventanas abiertas para que entren los ruidos, los gritos, los olores. Y todo eso va a parar a mis libros. El verdadero realismo mágico está en todas las calles y en todas las gentes".

Gabriel García Márquez

lunes, 20 de junio de 2011

Arbitraria


No tienen por qué saberlo: soy periodista y, a veces, otros periodistas me llaman para conversar. Y, a veces, me preguntan si podría dar algún consejo para colegas que recién empiezan. Y yo, cada vez, me siento tentada de citar la primera frase de un relato de la escritora estadounidense Lorrie Moore, llamado “Cómo convertirse en escritora”, incluido en su libro Autoayuda: “Primero, trata de ser algo, cualquier cosa pero otra cosa. Estrella de cine/astronauta. Estrella de cine/misionera. Estrella de cine/maestra jardinera. Presidente del mundo. Es mejor si fracasas cuando eres joven –digamos, a los catorce–”. Pero no lo hago porque no es eso lo que verdaderamente pienso y porque, en el fondo, dar consejos es oficio de soberbios. Entonces, cuando me preguntan, digo no, ninguno, nada.


Pero hoy es abril y ha sido un buen día. Hice una entrevista con una mujer a quien voy a volver a ver en dos semanas y varios llamados telefónicos que dieron buenos resultados. Compré frutas, conseguí un estupendo curry en polvo. Hay nardos en los floreros de la cocina. Corrí al atardecer. Me siento leve, un poco feroz, arbitraria. De modo que si hoy me preguntaran, les diría: corran. Les diría: sientan los huesos mientras corren como sentirán después las catástrofes ajenas: sin acusar el golpe. Aguanten, les diría. Pasen por las historias sin hacerles daño (sin hacerse daño). Sean suaves como un ala, igual de peligrosos. Y respeten: recuerden que trabajan con vidas humanas. Respeten.

Escuchen a Pearl Jam, a Bach, a Calexico. Canten a gritos canciones que no cantarían en público: Shakira, Julieta Venegas, Raphael. Vayan a las iglesias en las que se casan otros, sumérjanse en avemarías que no les interesan: expóngase a chorros de emoción ajena.

Sean invisibles: escuchen lo que la gente tiene para decir. Y no interrumpan. Frente a una taza de té o un vaso de agua, sientan la incomodidad atragantada del silencio. Y respeten.

Sean curiosos: miren donde nadie mira, hurguen donde nadie ve. No permitan que la miseria del mundo les llene el corazón de ñoñería y de piedad.

Sepan cómo limpiar su propia mugre, hacer un hoyo en la tierra, trabajar con las manos, construir alguna cosa. Sean simples pero no se pretendan inocentes. Conserven un lugar al que puedan llamar “casa”.

Tengan paciencia porque todo está ahí: solo necesitan la complicidad del tiempo. Aprendan a no estar cansados, a no perder la fe, a soportar el agobio de los largos días en los que no sucede nada.

Maten alguna cosa viva: sean responsables de la muerte. Viajen. Vean películas de Werner Herzog. Quieran ser Werner Herzog. Sepan que no lo serán nunca.

Pierdan algo que les importe. Ejercítense en el arte de perder. Sepan quién es Elizabeth Bishop.

Equivóquense. Sean tozudos. Créanse geniales. Después aprendan.

Tengan una enfermedad. Repónganse. Sobrevivan.

Quédense hasta el final en los velorios. Tomen una foto del muerto. Tengan memoria, conserven los objetos.

Resístanse al deseo de olvidar.

Cuando pregunten, cuando entrevisten, cuando escriban: prodíguense. Después, desaparezcan.

Acepten trabajos que estén seguros de no poder hacer, y háganlos bien. Escriban sobre lo que les interesa, escriban sobre lo que ignoran, escriban sobre lo que jamás escribirían. No se quejen.

Contemplen la música de las estrellas y de los carteles de neón.

Conozcan esta línea de Marosa di Giorgio, uruguaya: “Los jazmines eran grandes y brillantes como hechos con huevos y con lágrimas”.

Vivan en una ciudad enorme.

No se lastimen.

Tengan algo para decir.

Tengan algo para decir.

Tengan algo para decir.




lunes, 6 de junio de 2011

La cama y el libro*


Aunque soy partidario de un montón de costumbres higiénicas y saludables, sé pasarme mis dos o tres días refugiado en la cama. En la cama escribo a máquina; leo, almuerzo. ¡Es maravilloso! Lo lamentable es que no haga el frío suficiente para invernar en la cama, es decir, para acostarse hoy y levantarse dentro de tres meses, con la barba que le llega al ombligo y el pelo tan crecido que toque el plafón.
En la cama se sueña todo lo que es posible soñar sin ayuda de haschich ni opio. La "linuya" se dilata. Hay un momento en que se llega a la conclusión de que como se continúe así le brotarán raíces a uno de la planta de los pies. Al mismo tiempo abre la boca, bosteza rabiosamente y se lamenta de que llueva tan despacio.
Porque la lluvia y la cama se acompañan en un misterioso consorcio. Incluso se llega a descubrir que en los invernales días lluviosos, las únicas novelas que se pueden leer con toda satisfacción son las de Walter Scott. Y si no tuviera miedo de que me dieran diploma y patente de reo consuetudinario, diría que hay libros para leer en invierno y novelas que únicamente deben leerse en verano. Y dije antes que las únicas novelas legibles en invierno eran las de Walter Scott, porque allí se encuentran enanos, bufones, diligencias, neblinas, lluvias torrenciales, caballeros que se dan estocadas y las mil imágenes maravillosas que se pueden ir escalonando con la cabeza tapada por la almohada.
Usted señor, a quien admiro mucho, porque tiene o tuvo bastante talento, escribió un libro que se tituló "De la elegancia mientras se duerme". Desgraciadamente el libro trataba de todo menos del arte de dormir con o sin elegancia.Sin embargo, tendría que aparecer algún vago que escribiera ese libro. Del arte de dormir. Del arte de sacarle el jugo a la cama.
A uno se le pone la "piel de gallina" en cuanto mira para afuera y ve que garúa, que el cielo está negro...
¡ah! ¡qué diablo! Entonces uno se ríe de todos lo preceptos higiénicos, aunque hablando sinceramente yo diré que respeto todos los preceptos higiénicos. Procedo de forma poco sutil si se quiere, pero que satisfacen mi conciencia. Me levanto a las seis de la mañana, hago gimnasia como recomiendan todos los manuales de higiene corporal, me baño y luego me meto a la cama donde duermo hasta las doce o dos de la tarde. Eso es andar bien con Dios y con el diablo, si no me equivoco, ¿No dice Cristo "dad al César lo que es del César"? Dadle a la gimnasia lo que es de la gimnasia, y a la cama lo que es de la cama.

*Roberto Arlt, del Cronicón de sí mismo.

Lo más perfecto de la contradicción...

"...¡Cuántas veces esta maldita división de mi conciencia ha sido la culpable de hechos atroces! Mientras una parte me lleva a tomar una hermosa actitud, la otra denuncia el fraude, la hipocresía y la falsa generosidad; mientras una me lleva a insultar al ser humano, la otra conduele de él y me acusa a mí mismo de lo que denuncio en los otros; mientras una me hace ver la belleza del mundo, la otra me señala su fealdad y la ridiculez de todo sentimiento de felicidad..."

Fragmento de El Túnel, de Ernesto Sabato.