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sábado, 28 de agosto de 2010

QUE NO VENGAN Y QUE SE VAYAN TODOS

No era tan niña, ya estaba entrada en la adolescencia pero la ingenuidad y el temor por no saber, por no entender, o tal vez por conocer demasiado, se hicieron presentes aquella calurosa noche de diciembre de 2001.
En todos los procesos históricos nada se desarrolla de una semana para la otra, este tipo de acontecimientos se perciben en el ambiente mucho antes del colapso. Se huelen en el aire como un peligro inminente.
En una familia integrada por militantes históricos, con participación activa en la vida política nacional, este tipo de manifestaciones sociales se distinguen con más claridad.
Reuniones, debates, ideas, especulaciones, proyectos y análisis, fueron cada vez más frecuentes en mi entorno. Esto indicaba claramente que algo estaba por suceder y que había que estar preparados.
Llegado aquel diciembre de quiebre todo era cada vez más y más tenso. “Que se jodan, para que votan radicales”, soltaba el abuelo en los asados familiares, acompañando la queja con un ligero golpe a la mesa.
Pero esa madrugada del 19 de diciembre de 2001 fue cuando todo comenzó a explotar, sin duda parecía una escena de suspenso extremo en una película que daba un poco de miedo, pero más bien incertidumbre.
Hacía calor, al anochecer comíamos en familia mirando el noticiero, donde todo pasa muy lejos de casa. Durante la sobremesa ruidos de palos y olor a quemado interrumpieron la charla sobre lo ocurrido aquel día. Salimos a la calle en busca de respuestas, las esquinas aledañas estaban cerradas con algún cable, otras con improvisadas fogatas y grupos de vecinos se juntaban a discutir qué hacer.
“Están saqueando las casas, vienen en grupos a meterse”, comentaban las mujeres de la cuadra mientras los hombres se organizaban en las esquina para defender el hogar. “No va a pasar nada, este es Duhalde que quiere generar caos, pero por las dudas nos quedamos cuidando” afirmó papá que con los ojos llenos de un espíritu combativo que recordaba a los 70´s. Así se convirtió en un líder improvisado de la defensa barrial y dispuso que la identificación del grupo sería un brazalete color rojo.
De pronto por cada familia había un hombre con algún arma, blanca o de fuego, o portando algún palo improvisado. La postal los mostraba parados en la esquina, dispuestos a defender sus casas y sus familias de lo que sea, sin duda daba miedo y la incertidumbre estaba presente en todos.
Con mi madre habíamos creado una suerte de protección que simulaba a las Invasiones Inglesas: las masetas pesadas de barro que adornaban el jardín se convirtieron en posibles proyectiles para lanzar desde la ventana de la planta alta, por sí venían.
Sí supuestamente no creían que iban a venir a saquear como decían, sí todo era un invento de Duhalde como afirmaban mis padres, por qué los armamentos, por qué la vigilia, nadie sabía explicarme, sólo decían “anda a dormir”, sólo eso.
Era demasiado inocente para comprender, pero demasiado consciente para dormir. Por mi mente pesimista pasaban imágenes de todo tipo, yo también quería pelear si venían, pero estaba segura de que iba a paralizarme si llegaban. Y qué era lo que podría esconder, qué era lo que más quería salvar. Sólo eso pensaba. Temía por la seguridad de mi familia y por mis pertenencias más preciadas.
Se acercaba el amanecer y a cada rato hacíamos café para llevar a nuestros protectores. Mi mamá se rindió ante el sueño, dormía en su cama mientras el resto permanecía a la espera “de que vengan”. No entendía cómo podía conciliar el sueño ante tantos interrogantes, qué querían, quiénes iban a venir, para qué, por qué nuestras casas, cuándo iban a venir y si realmente vendrían.
Asustada e inquieta, cuando ya nadie aceptó más café ni mate, me dispuse a esconder lo más preciado para mí. En una caja vieja puse mis discos, las cartas y tarjetas enviadas por mi padre biológico y mis abuelos, eso era lo más preciado, aquello que no dejaría que se lleven quienes sea que fueran, cuando sea que vinieran.
Con mucha cautela busque un escondite perfecto para proteger mi tesoro.
Cuando terminé escuche aplausos, amanecía y habíamos sobrevivido. Y fue como decían, nadie vino. Después más miedo, caos y confusión. Saqueos y cacerolazo. Al otro día: que se vayan todos.