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sábado, 14 de mayo de 2011

En un ir y venir constante...


Ahí va ella, saliendo del tren, caminando por la estación como todos los días. Con la cabeza baja, un libro en la mano y auriculares en los oídos. No sabe si lee, si escucha, si mira, sólo camina. Y camina como si el mundo fuera un lugar distinto, como si pudiera romper su cabeza contra él sin siquiera ensuciarse la ropa.
Camina como pensando, pensando que no quiere pensar. Tratando de encontrar el camino hacia esa pared que la espera para destrozar su cabeza.
Camina y no sabe dónde, camina con los ojos cerrados porque tiene miedo, no sabe qué le deparará el destino, en qué presentes la ubicará la vida y cómo hará para entender este puto mundo enroscado.
Camina como si pudiera hacer cualquier cosa, con pasos firmes como si no tuviera pánico de esta historia que siempre termina en el mismo lugar.
Pensando, siempre viene pensando. Piensa tanto que ya no sabe en qué, mira alrededor y quiere saber, quiere saber cómo hacen todos para vivir así. Le duele la cabeza, se le nota en los ojos, le duele de tanto pensar en todo y en nada a la vez.
Mira alrededor y piensa en la gente, le intrigan las historias por contar, mira como queriendo saber todo de este mundo que no entiende. Como envidiando a los que pasan por la vida con optimismo y sin miedo.
No puede ser eso - piensa- la vida no puede ser sólo una sucesión de días que empiezan y terminan una y otra vez. No puede ser sólo eso, tiene que haber algo más.
De pronto se ríe como quien oculta algo, está llena de secretos que nunca va a decir. Tiene cara de niña buena y siempre hizo lo que se debe hacer, siempre fue lo que debió ser. Pero se ríe porque se equivoca y le gusta, porque cada tanto hace lo que no debe y no le importan las consecuencias.
Y se va, se va y mañana vuelve, vuelve con la cabeza gacha y otro libro en la mano, mirando sin mirar a este mundo de mierda.

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